Sueño con Soñar
Érase una vez una moneda mágica. Había viajado por todo el mundo. La gente le soltaba en supermercados, en tiendas de ropa, en cines, en cafeterías… Comenzó en China y llegó hasta España pasando por Francia, por Italia, por Inglaterra, por Alemania, etc. Pero nadie se fijaba en la magia de esa moneda. Todo el mundo la veía simplemente como un objeto de cambio.
La llegaron a tirar al suelo, a las papeleras, a bolsillos rotos que hacía que volviera al suelo… Y la moneda sólo quería que la pusieran en su lugar: en una fuente. Daba igual qué fuente fuera. Total, todas las fuentes son mágicas siempre y cuando la moneda también lo sea. Pero nadie le hacía ese favor a la moneda.
Un día, la moneda fue a parar a un bar bastante sucio. La grasa hacía que los pies se te pegaran en el suelo. La moneda estaba sobre la barra, y un señor sin darse cuenta le dio un codazo y la tiró al suelo. ¡Quedó pegada! La moneda, desde su posición pudo observar como se acercaba a ella una señora con unos largos tacones. Intentó por todos los medios moverse para no ser pisada, pero sus intentos fueron inútiles. Cuando quiso darse cuenta, estaba pegada a la suela del tacón de la señora.
Salieron juntas a la calle, y la señora notó que tenía algo en la suela. Se miró y comprobó que era una moneda. Se la quitó y la tiró. La moneda rodó y rodó, pasando entre las piernas de la gente, por debajo de los coches, subiendo y bajando de la acera. ¡Qué mareo tenía cuando por fin se paró!
Estaba en la acera junto a un árbol. A su lado había un niño. Estaba botando una pelota. La moneda sintió de nuevo miedo de que la pelota acabara encima de ella. Pero para sorpresa de ella, se acercó el niño y la cogió.
-Una moneda. Pero es rara… ¿De qué país será?
Metió la moneda en su bolsillo y se marchó a casa pues ya comenzaba a oscurecer. La moneda estuvo atenta a las conversaciones que el niño mantuvo con su madre y su hermano. Así averiguó que se llamaba Alberto y que tenía once años. La moneda sabía que los niños tenían un sexto sentido para detectar a los objetos mágicos. Su esperanza volvió a encenderse. Pensó que si lograba hablar con Alberto, éste sabría que era mágica y podría ayudarle a volver a una fuente.
Llegó la hora de irse a la cama. Antes de acostarse, Alberto sacó la moneda del pantalón que se había puesto por la tarde y la miró. A la moneda le hubiera gustado saber qué pensaba en ese momento Alberto, pues él sonreía y no sabía por qué.
Cuando Alberto casi estaba dormido, la moneda comenzó a llamarle.
-¡Alberto! ¡Despierta Alberto!
-¿Cómo? -Respondió adormilado.
-Aquí, en la mesa. ¡La moneda!
Alberto se dirigió a su escritorio y miró a la moneda. No daba crédito a lo que sus ojos estaban observando.
-Sé que te resultará extraño que una moneda hable. Pero soy una moneda mágica. He viajado por todo el mundo y nadie se ha detenido a observarme. Tú sí lo has hecho y te has dado cuenta de que soy diferente. Me tienes que ayudar Alberto. Quiero ir a mi lugar. ¡Llévame a alguna fuente, por favor!
-¿A una fuente?
-Sí. Las monedas mágicas tenemos que estar en fuentes para no perder nuestra magia. Y yo llevo demasiado tiempo rodando… Si no llego pronto a alguna fuente, me convertiré en una moneda corriente, sin magia. Tienes que ayudarme…
-Bueno, pero ahora no puedo salir de casa. Es tarde y mi madre me castigará. Mañana te llevo a la fuente de la plaza, ¿vale?
-Muy bien. Descansa, entonces.
Alberto tenía una imaginación extraordinaria, y pese a que al principio se extrañó que una moneda le hablara, no tardó en creerse la situación.
A la mañana siguiente, Alberto salió antes de casa. Cogió la moneda y se la metió en el bolsillo de la chaqueta. De camino a la fuente de la plaza, se encontró con su amiga Sara.
-¡Hola Alberto! ¿Ya vas a clases?
-No, tengo que ir a la fuente de la plaza.
-¿A la fuente? ¿Para qué?
-Si te lo digo no me creerás y pensarás que estoy loco.
-Soy tu amiga, y si en todo este tiempo no lo he pensado, ¿por qué voy a hacerlo ahora?
Alberto le explicó a Sara todo lo que había ocurrido. Mientras tanto, la moneda escuchaba atentamente la conversación. Alberto y Sara fueron juntos hasta la plaza. Cuando llegaron, Alberto sacó la moneda.
-Bien, ya estás aquí. Ahora dime qué hago.
-Muchísimas gracias por haberme ayudado. Y a ti también Sara, por no haber dudado de tu amigo. Ya te dije que soy mágica, Alberto, así que como agradecimiento os concedo a cada uno un deseo. Cerrad los ojos y pedidlo. Luego, lánzame a la fuente.
Sara y Alberto cerraron los ojos y pidieron sus deseos. Se quedaron durante un rato mirando la fuente. La moneda brillaba en el fondo debido al reflejo del agua junto a los destellos del sol. Era muy bonito.
Después del colegio, Sara encontró en su habitación la muñeca que tanto pedía y nunca le daban y Alberto por fin consiguió los patines que había visto anunciar en televisión.
Desde ese día, Alberto intentaba buscar monedas mágicas por la calle. ¡Incluso cuando era mayor lo hacía! Pero no volvió a encontrar otra. Sin embargo, sí veía las monedas en las fuentes y a personas pidiendo deseos justo antes de lanzar la moneda al agua. Y siempre se le venía a la mente aquella moneda mágica que rodó hacia él un día cualquiera.
- M A R L Y N -
2 comentarios:
Bellisima tu historia, me gusto muchísimo. Saludos!!!
gracias por tu commet !Lau!!!
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